LOS DEL 105 TENÍAMOS RAZON
Fue una tarde de domingo. El 105 se había llenado de gente que había salido para aprovechar el día, paseando en algún espacio verde.
Todo estaba muy tranquilo, quizás por eso mismo nos llamó la atención aquel muchachote de unos treinta años que subió al colectivo. Tenía pelo largo, y en sus brazos oscuros se podían “adivinar” unos tatuajes.
Todos supimos que se venía uno más de aquellos discursos cuidadosamente pensados para mover corazones y ganar unas monedas. Pero había algo distinto en su hablar. No parecía un discurso armado. Hablaba seguro de lo que decía. Es verdad que terminó pidiendo unas monedas, pero había algo distinto.
-“Soy portador del virus HIV...”, comenzó diciendo.
Todos lo miramos pensando: “Y... por algo te habrás contagiado... andá a saber en qué anduviste... No creo que por llevar una vida decente, o sana... Me juego en que anduviste en algo raro...”
- “El ministerio suspendió la entrega de medicamentos...”
Seguimos pensando: “qué políticos de mierda... se afanan toda la guita y los más pobres son los que terminan sufriendo...”
- “Yo descargo camiones en el puerto, gano 500 pesos por mes, y no me alcanza... Por eso hago esto...”
Dejó de habar y pidió unas monedas. Era muy torpe, o nunca lo había hecho antes, pues no se movió del lugar, y muchos en el fondo nos quedamos con unas monedas en las manos.
Nos miró nuevamente. ¿Qué nos iba a decir ahora?
- “Yo no he sido una buena persona...”
¡Ah! ¡Sí! Adivinamos, ya sabíamos. ¡Teníamos razón! Esas cosas terminan así...
- “Yo no he sido una buena persona...”
Lo dijo de nuevo, pero no para conseguir más monedas. Lo dijo como para él mismo. Lo dijo como para nosotros, los del 105 que teníamos razón.
Se bajó en la esquina.
Yo me quedé pensando, mirando esas monedas en mis manos. Pero... ¿y si en la esquina los estaba esperando su viejo? ¿Y si cuando bajó, su viejo corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó? ¿Y si el padre le dijo a sus amigos: “compren carne, chorizos, morcillas... bastante cerveza, que esta tarde nos juntamos a comer un asado, y después vemos los partidos del fin de semana... Porque hoy encontré a mi hijo, y estoy muy feliz”...? ¿ Y si nosotros no entrábamos ahí...?
- ¡Boletos! ¡Boletos!
¿Eh? ¿Boletos en el 105? Si nunca los piden...
- “Boletos, por favor”
¿Dónde lo puse? Por acá... ¿Dónde tengo el boleto?
- ¿Su boleto, señor?
Si, acá está... menos mal.
- Sírvase, gracias.
Eso.. al final nos van a pedir los boletos...
Sentí un poco de vergüenza mirando esas monedas en mis manos... y dije como pude:
- “Padre, yo no he sido una buena persona”
jueves, 17 de septiembre de 2009
martes, 1 de septiembre de 2009
Decisiones: pintar el futuro desde el presente
por Martín Gozdziewski
Escritor
En mi adolescencia (no hace poco, pero tampoco mucho), tomar una decisión me resultaba muy difícil. “¡Pero che! ¡Qué indeciso!”, me decían todos. Decidir era asumir una responsabilidad sobre mis cosas, implicaba un compromiso. Las decisiones difíciles las vivía “pateando” hasta último momento, hasta que no tuviera otra alternativa que decidirme. En la mayoría de los casos, trataba de que los demás decidieran por mí, porque así era más sencillo.
Si tengo que buscar una explicación a tanta indecisión, podría decir: “Y bueno, era adolescente, no quería elegir, quería vivir el presente”. Me faltaba seguridad y también esperaba la aprobación constante de los demás. La mirada de los otros, que, a veces, juzgaba de manera cruel, me provocaba un poco de temor, y eso aumentaba mi indecisión. Sentía que los otros no estaban para entenderme, sino para juzgarme, pero, en realidad, este pensamiento era un prejuicio: más tarde, comprendí que no todos eran iguales, que había mucha gente que sí podía entenderme.
El tiempo fue pasando, fui creciendo, evolucionando y, aunque fui ganando seguridad y confianza en mí mismo, el temor y las dudas siguen presentes en cada decisión que debo tomar. Sin embargo, ya no me paralizan: son algo normal y están ahí para ser superados.
“¡Tengo que decidir! ¡Qué hago! ¡Qué indecisión! ¿Y si me equivoco? Mejor... ¡no decido nada!”
Al decidir, modifico −en mayor o menor medida− el rumbo de mi vida. En todo momento, estoy eligiendo y, a la vez, resignando algo. Decidir es algo inevitable, porque, para vivir, además de respirar, es necesario tomar decisiones.
Aun cuando una decisión modifica las cosas, no hay que tomarla tan drásticamente. A pesar de las dudas, conviene dejarse llevar simplemente por lo que uno cree que es lo correcto. Siempre surge esa corazonada, esa voz interna que nos habla o nos grita: seguí, dale, no temas, vas bien... Lo importante es decidir con convicción. Si los demás deciden por mí, cuando lleguen los resultados negativos, empezaré a renegar, a maldecir y a repartir culpas.
“Aprovecha ahora que eres joven”, frase conocida y tan cierta. Aprovecha a decidir con libertad, aprovecha a equivocarte. Tomate un tiempo para escuchar tu voz interior y, por supuesto, la de los que te quieren de verdad, que son nuestros guías, los que nos hablan desde la experiencia. No te quedes con las ganas imaginando qué hubiera ocurrido, si lo hubieras intentado.
“La vida es un lienzo. Somos colores esperando pintar ese lienzo con nuestras acciones y decisiones”*, escribí en uno de mis cuentos. Dando pinceladas, iremos pintando nuestra realidad, nuestra identidad, nuestra obra única. El futuro lo construimos día a día, paso a paso, pincelada a pincelada, decisión a decisión.
LA vida es MI vida: escribimos nuestra propia historia, pintamos nuestra propia obra única e irrepetible. Elegimos. Todo el tiempo elegimos.
Toda decisión es en el presente y se proyecta hacia el futuro: lo que decida hoy, en el futuro cercano o lejano, proveerá sus frutos. Lo importante radica en que las decisiones que tomamos no persigan otro fin que el de hacernos felices. El hecho de elegir lo que te gusta, a pesar de los riesgos, tiene su premio, te lo aseguro.
Te invito a pintar tu futuro desde hoy, eligiendo los colores que más te hagan feliz. Sólo trata de escuchar tu voz interior, que está ahí en algún rincón de tu ser. Porque, en definitiva, todas las respuestas se encuentran dentro tuyo.
En “Pintores de la Vida”, del libro Cuentos jóvenes para jóvenes, Editorial San Pablo.
Escritor
En mi adolescencia (no hace poco, pero tampoco mucho), tomar una decisión me resultaba muy difícil. “¡Pero che! ¡Qué indeciso!”, me decían todos. Decidir era asumir una responsabilidad sobre mis cosas, implicaba un compromiso. Las decisiones difíciles las vivía “pateando” hasta último momento, hasta que no tuviera otra alternativa que decidirme. En la mayoría de los casos, trataba de que los demás decidieran por mí, porque así era más sencillo.
Si tengo que buscar una explicación a tanta indecisión, podría decir: “Y bueno, era adolescente, no quería elegir, quería vivir el presente”. Me faltaba seguridad y también esperaba la aprobación constante de los demás. La mirada de los otros, que, a veces, juzgaba de manera cruel, me provocaba un poco de temor, y eso aumentaba mi indecisión. Sentía que los otros no estaban para entenderme, sino para juzgarme, pero, en realidad, este pensamiento era un prejuicio: más tarde, comprendí que no todos eran iguales, que había mucha gente que sí podía entenderme.
El tiempo fue pasando, fui creciendo, evolucionando y, aunque fui ganando seguridad y confianza en mí mismo, el temor y las dudas siguen presentes en cada decisión que debo tomar. Sin embargo, ya no me paralizan: son algo normal y están ahí para ser superados.
“¡Tengo que decidir! ¡Qué hago! ¡Qué indecisión! ¿Y si me equivoco? Mejor... ¡no decido nada!”
Al decidir, modifico −en mayor o menor medida− el rumbo de mi vida. En todo momento, estoy eligiendo y, a la vez, resignando algo. Decidir es algo inevitable, porque, para vivir, además de respirar, es necesario tomar decisiones.
Aun cuando una decisión modifica las cosas, no hay que tomarla tan drásticamente. A pesar de las dudas, conviene dejarse llevar simplemente por lo que uno cree que es lo correcto. Siempre surge esa corazonada, esa voz interna que nos habla o nos grita: seguí, dale, no temas, vas bien... Lo importante es decidir con convicción. Si los demás deciden por mí, cuando lleguen los resultados negativos, empezaré a renegar, a maldecir y a repartir culpas.
“Aprovecha ahora que eres joven”, frase conocida y tan cierta. Aprovecha a decidir con libertad, aprovecha a equivocarte. Tomate un tiempo para escuchar tu voz interior y, por supuesto, la de los que te quieren de verdad, que son nuestros guías, los que nos hablan desde la experiencia. No te quedes con las ganas imaginando qué hubiera ocurrido, si lo hubieras intentado.
“La vida es un lienzo. Somos colores esperando pintar ese lienzo con nuestras acciones y decisiones”*, escribí en uno de mis cuentos. Dando pinceladas, iremos pintando nuestra realidad, nuestra identidad, nuestra obra única. El futuro lo construimos día a día, paso a paso, pincelada a pincelada, decisión a decisión.
LA vida es MI vida: escribimos nuestra propia historia, pintamos nuestra propia obra única e irrepetible. Elegimos. Todo el tiempo elegimos.
Toda decisión es en el presente y se proyecta hacia el futuro: lo que decida hoy, en el futuro cercano o lejano, proveerá sus frutos. Lo importante radica en que las decisiones que tomamos no persigan otro fin que el de hacernos felices. El hecho de elegir lo que te gusta, a pesar de los riesgos, tiene su premio, te lo aseguro.
Te invito a pintar tu futuro desde hoy, eligiendo los colores que más te hagan feliz. Sólo trata de escuchar tu voz interior, que está ahí en algún rincón de tu ser. Porque, en definitiva, todas las respuestas se encuentran dentro tuyo.
En “Pintores de la Vida”, del libro Cuentos jóvenes para jóvenes, Editorial San Pablo.
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