"Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto, por amor a la Buena Noticia..."
1Cor. 9, 22-23

sábado, 13 de junio de 2009

Festividad del Corpus Christi


Si Dios baja, hasta la mesa del altar, es para que nosotros luego descendamos –junto con El y por El- a los innumerables altares del mundo donde se sacrifican ilusiones y esperanzas, sueños e inquietudes.

1.El Cuerpo y la Sangre del Señor, no pueden quedarse en la invisibilidad de las cosas y de los acontecimientos. Sus amigos (y esos amigos somos nosotros) tendremos que dar el “cuerpo” y ofrecer la “sangre” a un evangelio que siendo conocido por muchos no es vivido por tantos como pensamos ni creemos. Tampoco, en toda su perfección, por nosotros mismos.

¿Quién no recuerda aquella famosa historia del Cristo sin brazos?

No podemos olvidarnos de las personas que no tienen rostro porque les ha sido arrebatado su honra o de aquellos otros que no tienen brazos porque los han dejado mutilados sin derecho a réplica ni defensa. El Cristo sin brazos, en esta festividad del Corpus, es un Cristo que, cuando lo comulgamos, se sumerge en nuestras entrañas para que formemos parte se su cuerpo. Es entonces, cuando automáticamente, nos convertimos en nuevos cristos para un viejo mundo que necesita, aunque no se de cuenta, de un alimento que lo aleje de la extenuación física y psíquica a la que está sometido.

¿Somos de verdad el cuerpo del Señor allá donde estamos?

¿Dicen de nosotros, por nuestros modos y maneras, actitudes y palabras, éste se nota que es cuerpo de Jesús?

¿Preferimos el anonimato y el camino fácil, el aplauso de los medios, la falsa discreción antes que dar la cara en aquellas situaciones que requieren nuestro anuncio o denuncia?


La custodia labrada en oro o de plata, volverá al museo sumida en un letargo que durará todo un año. Los cristianos (Palestristas), por el contrario, como “custodias de carne y hueso”, lejos de dormir, seguiremos llevando a Cristo y pregonándolo a los cuatro vientos todos y cada uno de los días del año. Aunque que no nos echen pétalos.


Mi vida es CRISTO, ya nada temo Oh! bella chao,


Mi vida es CRISTO ya nada temo


y sólo pido serle fiel, Oh bella chao.

Corpus Christi... Es vivir de la riqueza de Dios

Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una gruta escuchó una voz misteriosa que
desde dentro le decía:

"Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo importante. Pero recuerda algo: después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, y no te olvides de lo principal....."

La mujer entró en la gruta y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso a su hijo en el suelo y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal.

La voz misteriosa habló nuevamente.
" Tienes solo ocho minutos "

Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacia fuera de la cueva y la puerta se cerró...
Recordó, entonces, que el niño quedó adentro y la puerta estaba cerrada para siempre.

La riqueza duró poco y la desesperación... para el resto de su vida!

Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros. Tenemos unos años para vivir, y una voz siempre nos advierte: "Y No te olvides de lo principal!"

Y lo principal son los valores espirituales, la eucaristía, el compromiso cristiano, la oración, la vigilancia, la familia, los amigos, la vida. Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales nos fascinan tanto que lo principal – a veces -queda en un plano secundario....

Así agotamos nuestro tiempo aquí, y dejamos a un lado lo esencial " Los tesoros del alma!".

También nosotros, en este día del CORPUS CHRISTI, estamos llamados a entrar en un lugar donde el pan y el vino dejan de serlo para convertirse en permanente presencia de Cristo en la Eucaristía

Insertarnos en Cristo comporta siempre salir enriquecidos, no de bienes materiales, y sí llenos de su Espíritu en el corazón y en el alma. Treinta minutos, escasos, no son suficientes ni dan cuenta del valor que encierra la Eucaristía. Pero, toda una vida cristiana, sería difícil de llevarla adelante sin el aprovisionamiento del pan único y partido.