Un día, caminando con sus amigos, vio a los operarios de los viñedos y les habló de la vid. Y habló de lo obvio: no se puede producir fruto si no estás unido al tronco, porque por el tronco pasa el alimento, pasa la fuerza, pasa el alma. Porque ese tronco es sostén de donde salen las ramas. Porque ese tronco debe ser fuerte para que todo lo que parte de él, sea sano. Porque ese tronco es savia, es fortaleza.
Porque las ramas se doblan con los frutos, pero esos frutos, alimentan. Porque no hay posibilidad de vida si no está unida al tronco. Porque aparte de dar frutos, esas ramas son para cobijar, para proteger, para cubrir. Y porque si una vid fue echa para dar uvas, debe dar uvas.
No vaya a ser que queramos dar frutos, sin estar unidos al tronco!!! Seguramente vamos a ser flashes, pero no seremos luz.
¿Cómo darnos cuenta? No me interesa la palabra de Dios, toco de oído en las cosas del Señor, hablo de Él, pero no lo conozco. Hablo de la vida de gracia, pero no hago nada por defenderla en mi, por hacerla parte habitual de mi vida. Llevo cruces colgadas a mi cuello, pero son solo adornos, nunca identificación. Soy como las flores del altar: miran a la gente en vez de mirar al que quieren alabar. Busco el show, dar un buen espectáculo, pero en esa vida soy solo un actor que se saca el disfraz cuando llega a casa. Separo lo religioso de mi vida. Hago compartimientos estancos: aquí la iglesia, la religión, la misita… allá mis ocupaciones, mis tareas, mis amigos, mis negocios, mi vida.
Así será difícil dar frutos, frutos que sirven, cuando alimentan, fortalecen y hacer crecer a los demás.
Jn 15, 1-8
lunes, 10 de mayo de 2010
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